martes, 9 de abril de 2013

Ésta te la dedico, Mini chef: Torrijas de leche


Ayer lunes pudimos disfrutar en Valencia de un día de fiesta, e hice algo que me encanta: ¡Un picnic! Mis padres y yo cogimos las bicis (la mía con mi cesta de picnic llena a rebosar) y recorrimos el antiguo cauce del río Turia hasta el parque de Cabecera. Allí tomamos el sol, jugamos a las cartas y, sobre todo, disfrutamos de una comida sencilla pero exquisita.

Para unos glotones como nosotros no basta con preparar unos sándwiches y salir pitando. Todo empieza el día anterior eligiendo el menú. Lejos de ser una carga, es un proceso que disfrutamos. Aumenta las expectativas por llegar a la meta.

El caso es que estaba yo el día de antes dándole vueltas a lo que podía llevar de postre, mirando recetas laboriosas que se pudieran comer sin cubiertos tumbados a la bartola. Al final recordé que me había sobrado un trozo de pan de calabaza que había comprado en un pequeño negocio de comidas para llevar del barrio, que hacía poco había descubierto. Y pensé: “están acabando las pascuas y no hemos comido torrijas”.  Empecé a buscar recetas pero pronto paré. Hoy me dejo llevar. Me encanta cocinar así, sin ser una autómata que sigue el guión marcado. Disfruto como una enana probando, olisqueando y correteando en busca de un frasco u otro para añadir un poco de esto o de aquello. Y la siguiente vez que quiero repetir plato… debo volver a improvisar, porque esos días no apunto nada de nada, así que cada vez es nuevo y eso me gusta.

A mis amigos les parece cómico mi apasionamiento y me imitan como si yo fuese Remy (qué gran honor). Para los que no sepan quién es Remy, les hago una pequeña introducción y una gran recomendación: Si os gusta la cocina, tenéis que ver la película 'Ratatouille'.

'Ratatouille' es una preciosa película de la productora Pixar sobre una rata (Remy), que tiene verdadero talento en la cocina. Transmite la pasión por la cocina como la siento yo: una gran aventura en la que se descubre y se crea, ¡un arte! Y además, ya que está ambientada en París, tiene un bonito mensaje de “Liberté, Égalité, Fraternité”.  Libertad para crear. Igualdad porque defiende que da igual lo humilde que sea tu origen para convertirte en un gran chef. Y fraternidad porque se genera un clima de lealtad y trabajo en equipo.

Las risas vienen porque, como le sucede a Remy, a mí me gusta intentar que sientan ese apasionamiento y repiten grandes frases de la peli que me van como anillo al dedo. Como cuando les hago probar algo: “Mastica despacio, concéntrate sólo en el sabor. Cremoso, un aroma a nueces, delirante. ¿Lo captas? Ahora prueba esto. Dulce, fresco, ¿una ligera acidez al final? Ahora pruébalo junto. Ahora imagina todos los grandes sabores del mundo mezclándose, sabores que aún no ha probado nadie, descubrimientos por hacer…” O cuando soy yo la que prueba algo intentando desgranar su contenido. “Tiene un toque… es como un ¡paaaaaah!, ¡un pu-pum!”.

Pruebo la leche…”un poco más de canela. ¡Rápido, más limón! Que le dé tiempo a sacar su sabor. Mover, mover, mover…”

Así que, con esta receta sencilla y campesina, espero conseguir evocar  al crítico Anton Ego recuerdos de la infancia, y que cuando vuelva, ante la pregunta “¿qué le apetece tomar hoy de postre?”, me conteste “¡SORPRÉNDEME!”


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