“Cada mañana,
¿dónde va pensativa
La primavera?”
(Poema Haiku).
Sería fácil pensar que ser un poeta Japonés es sencillo. Apenas
tienes que escribir una frase, lo primero que se te pase por la cabeza. Pero a
veces las cosas pequeñas esconden un trabajo delicado que podemos saborear con
mayor intensidad si, en lugar de arrollarlo con prisa para pasar a otra cosa, le
dedicamos nuestra atención, dejando que aparezcan todos los matices.
Un poeta Haiku debe conseguir despertar sentimientos
evocando una escena en tan solo tres versos. Además, siempre debe cumplir la
misma distribución de sílabas, cinco en el primer verso, siete en el segundo y
cinco en el último. Ya no parece tan sencillo, ¿verdad? Y estoy segura de que
la elección de las palabras mejora sin la traducción. Una pena no saber
japonés.
Para mí los bombones son los poemas Haiku de la cocina, tan
pequeños y efímeros. Puedes tragarlos casi sin masticar, dejando solo un
espacio vacío en la cajita, o dejar que se fundan lentamente y descubrir lo que
guardan en su interior. Quizá una crema suave y dulce, quizá un sorprendente
crujiente, o tantas otras opciones como la inspiración de su creador permita.
En este caso me decidí por un relleno de compota de higos
que contrasta perfectamente con el chocolate puro y que lleva hasta el
escalofrío si llegáis a seguir las instrucciones para disfrutarlo.
Como los poemas Haiku, llevan más trabajo del que aparentan
a simple vista. El chocolate necesita fundirse perfectamente para trabajarlo,
pero se quema con facilidad, así que hay que tratarlo con mimo y respetando los
tiempos para atemperarlo correctamente. La capa ni muy fina ni muy gruesa, la
que case mejor con el relleno elegido, sin enmascararlo. Para que los bombones
estén bien bonitos hay que evitar que queden burbujas. Y por supuesto, elegir
el contenido que los hagan diferentes del resto y despierten sentimientos
evocando una escena en tan sólo un bocado.
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